lunes, 3 de agosto de 2015

UNA MEDIALUNA PUEDE CAMBIAR EL MUNDO

Uno se encuentra a menudo con gente que lo  deja  perplejo,  a  veces por lo insólito de sus comentarios, otras  veces  (las más) por las idioteces que sostienen sin  que  se  les borre la sonrisa de la cara ni por un instante. A ver... para empezar definamos “idioteces”, para   lo   cual  primero  habrá  que  definir “idiota”. Tomando una definición al azar de la palabra “idiota” encontramos: Tonto, poco inteligente…    Sin meternos en el problema de definir inteligencia  en estos tiempos en donde se habla de inteligencia emocional, inteligencia lógica, inteligencia sensorial, inteligencia artificial, inteligencia visual,  etc, etc… Quedémonos entonces con el sinónimo “tonto”, pero para graficar aún más lo que es un idiota diciendo idioteces, busquemos otros homólogos para esta graciosa palabra, ahí van algunos: Imbécil, bobo, estúpido, memo, mentecato (jaja, “Mentecato” me hace acordar a las viejas traducciones de los dibujitos animados de cuando era chico, jamás escuché a alguien usar esta palabra en la vida real), tarado, subnormal, desequilibrado... Con éstas creo que tenemos bastante, algunas, obviamente, están más cargadas de sentido que otras, no es lo mismo que te traten de tonto que de subnormal. Otras hasta parecen inofensivas, es más, conocí a alguien a quien todos apodaban "Memo" y él acudía naturalmente al llamado de su seudónimo sin sospechar jamás que implícitamente le decían idiota. Ahora que veo este conjunto de sinónimos creo que estamos en el mismo problema que al principio, si no conocemos el significado en contexto de estas palabras nunca se entenderá con certeza de qué se trata eso de ser idiota, o más concretamente eso de decir idioteces. Veamos… creo que lo mejor será que vaya al hecho puntual y verídico de lo que me ocurrió hoy mismo.
Venía yo caminando por una de las veredas del centro de la ciudad, siempre cuidadoso de no chocar con nadie, a esa hora de la mañana anda mucha gente por doquier y el centro comercial se convierte en un caos; hasta que me topé con un conocido que hacía mucho no veía: Enrique Torres.
-¿Qué hacés hijo de puta? –me insultó al reconocerme. Por supuesto que yo supe al instante que esto no era para nada un insulto, el no quería insinuar que mi madre fuese una puta, ni mucho menos pretendía que yo me sintiese ofendido, lo único que él quería era expresarme su emoción, su alegría y su felicidad al ver a un amigo al que hace años no veía. Lo que ocurre es que entre varones de cierta edad (y yo tengo cierta edad, como usted… en realidad todos tenemos cierta edad), es dificultoso y hasta vergonzoso expresar sentimientos de cariño, por eso cuando decimos "hijo de puta" con una sonrisa de oreja a oreja, como la que tenía Enrique cuando me vio, no queremos excretar para nada un insulto, lo que en realidad estamos queriendo decir es: ¡¿Qué hacés hijo de puta?! ¿Se entiende? Bueno, por eso, acto seguido, antes de darnos un abrazo con palmadas en la espalda incluida, yo solté a viva voz:
 -¡La concha de tu madre! ¡¿Qué haces puto del orto?!
            Luego del abrazo, nos quedamos unos segundos mirándonos como dos desconocidos, como quien se ha afeitado una barba de tres años y busca reconocer en el espejo a ese pajarito desplumado que lo mira con gesto extrañado. Después vinieron los típicos “¿Cómo andás, bien?” “¿Vos, como andas?” “¿La familia, bien?” “¿Todo bien?” “¿Estás igual?” “¿No, vos estas igual?” “No, vos estás igual” (Nadie estaba igual) “¿Pero cómo andás? contame ¿todo bien?” “Si, ¿vos, todo bien, como andás?” “Tanto tiempo…” “Tanto tiempo…” “¡Parece mentira che!” “Mmmhhh…” (Él)  “Mmmhhh…” (Yo). La magia del encuentro había terminado súbitamente, nos dimos cuenta cuando los dos empezamos a mirar de reojo a un taxi que pasaba por la calle, a una señorita con poca ropa, a una vieja que llevaba una bolsa, el reloj en nuestra muñeca, el cielo… La emoción inicial se había desvanecido y recordamos de golpe que ese tipo que teníamos enfrente nuestro ni siquiera había sido nunca un amigo verdadero. Es más, ¿por qué nos paramos a saludarlo? Hubiese sido más fácil ignorarlo, yo me hacía el tonto, el se hacía el tonto y todo seguía su curso. Pero no, el muy imbécil me tuvo que reconocer ¿ahora cómo me lo sacaba de encima? Entonces, para hacer lo que todo el mundo hace cuando se enfrenta con una disyuntiva, hice todo lo contrario de lo que estaba pensando.
-Che ¿para donde vas? Vamos ¿vas para allá? -dije, señalando hacia delante-, vamos, así charlamos y nos ponemos al día
-Vamos, vamos -dijo él-, que te voy a contar una que te caes de ojete.
-Dale contá, -dije yo fingiendo interés.
-Vamos que te cuento –dijo él fingiendo emoción.
            Y así fue, nos fuimos caminando un par de cuadras en donde él me contó su asunto, la verdad que no me caí de espaldas pero sí estuve a punto de caerme de boca al piso por las palmadas que este infeliz me daba a cada rato acompañado de un “mirá como nos venimos a encontrar”.  Nunca entendí cómo pretendía que nos encontrásemos ¡¿Cómo es que se encuentras las personas?! ¿Hay otra forma de encontrarse que encontrarse? ¿Preferiría que sean nuestras fotos las que se encuentren en un libro? ¿O que se encuentren nuestros nombres, de casualidad, juntos en una guía? ¿Cómo debíamos encontrarnos? ¿En un avión, en un yate, en una lista de un padrón electoral? Vivimos en una ciudad de 2 por 2, obvio, nos chocamos, las posibilidades de cruzarnos eran buenas. ¡Nos encontramos en la puta calle, como no podía ser de otra manera! ¡Paf! Otro manotazo en la espalda 
¡Ay! -me lamenté por dentro-  Si yo tuviese tu tamaño ya te hubiese puesto en tu lugar.
-Entonces –continuó él- el tema es ese, el negocio es redondo ¿Qué te parece? ¿Te sumás? Mirá que la inversión inicial es más que eso eh, pero yo te hago ese precio por ser amigo. ¿Te atrae no? ¿Qué te parece? Decime algo…
-Una cagada –dije sin pretender ser grosero, pero él me miró como si ahora sí lo hubiese insultado.
-¿Por qué a ver? ¿Qué parte te pareció una cagada?
-Y… desde que me lo empezaste a contar hasta que dijiste: ¿Qué te parece? Me parece todo una gran estupidez. Toda tu idea hace agua por donde se la mire.
-¡Ah! Pero ves, vos al final sos de esos tipos que ven todo negro (en ese momento pasamos junto a uno de esos africanos que venden relojes en el centro, quise decir algo gracioso pero me contuve) ¿Por qué me decís que hace agua, a ver? ¿Por dónde hace agua, eh? ¿Qué falla le encontrás al método? ¡Eh! ¡Eh! –Enrique me hablaba cada vez más irritado, yo mientras, pensaba en mi medialuna huérfana, la que había dejado abandonada en la mesa del bar donde había desayunado. ¿Estaría allí todavía? ¡Bah! Que importaba ahora. El hecho es que debería habérmela comido, eso hubiese ocasionado que saliese del bar, por lo menos, dos minutos después. Y seguramente así no me hubiera cruzado con esta lacra parlante. Salí de mis cavilaciones y el idiota este seguía hablando ajeno por completo a mi total desinterés- ¡Claro, te quedás callado porque no sabés que decir! –Lo estudié un segundo y lo vi fumando con sus ojos fuera de sus órbitas, tambaleándose como si estuviese en una cuerda floja y moviendo su cabeza espasmódicamente, como si se tratase de un tic incontrolable, quise reír, pero de nuevo me contuve.
-¿No me dijiste que habías dejado de fumar? –pregunté como para empezar a hablar de otra cosa.
-Sí, claro que dejé, hace seis meses que no fumo, esto no es fumar –dijo mientras le daba una última y profunda calada a la colilla y casi se quemaba los dedos.
Miré mi reloj harto de todo aquello y puse cara de preocupación.
-Che Enrique, la verdad que fue un gusto verte y saber que seguís bien, pero me tengo que ir urgente y me acabo de dar cuenta que: ¡encima empecé a caminar para el otro lado! (dije con una sonrisa, como riéndome de mi tontería). Yo tenía que ir para allá, vamos en direcciones contrarias.
Sin mediar palabra me dio la mano y me la apretó fuertemente mirándome fijo a los ojos, enojado, con recelo, como si yo lo hubiese estafado en algo muy importante y ahora se estuviese dando cuenta de mi traición, luego agregó con similar sequedad.
-¡Ya lo creo que vamos en direcciones contrarias! Vos y yo vamos en direcciones muy contrarias. Mirá, esto igual me sirve, a mi ya me dijeron en el curso: “cuando te encontrés a un amigo para trabajarlo (¡Acaso me estaban trabajando! Me sentí algo manoseado…), fijate que no todos están preparados para aceptar “el método”, y al que no lo quiera escuchar- hizo un ademán al aire con su mano libre como restándole importancia a todo el asunto, con la otra seguía empeñado en romper mis falanges- ¡Qué se lo pierda! Peor para él. Nosotros pensamos que las oportunidades en la vida se dan solo una vez, el tren pasó al lado tuyo Oscarcito y paró en tu estación, vos no te subiste, allá vos, ojala que nunca te arrepientas. (Esta declaración empezaba a ponerse muy incómoda, para empezar, ¿Por qué hablaba de sí mismo como “nosotros”? Segundo: ¿De qué tren me hablaba? Y tercero: ¿A quién llamaba Oscarcito? Que yo sepa el diminutivo de Tadeo es Tadeito, o a lo más: Taradito, como alguna vez me decían irónicamente en mi escuela primaria. ¡Pero nunca Oscarcito! Decidí quedarme callado y apretar mis labios en señal de respeto, como si estuviese despidiendo a un muerto. Él, finalmente se resignó a perder un potencial cliente que sumar a su proyecto (del cual no vale la pena hablar) y me soltó- Chau, que encuentres tu camino al éxito –dijo como  si estuviese hablando el mismo Jesús, y se alejó de mi para no volver a mirar atrás.
Ni bien me quedé  solo miré mi mano preocupado, estaba algo morada ¿volvería a moverse algún día? Luego observe a mí alrededor buscando un refugio, lo hallé en la vereda de enfrente, fui hasta allí, no tenía nada que hacer y quizá un café me ayudaría a olvidar este mal trago. Me acomodé en una mesa lejos de cualquier ventana y enseguida me trajeron mi cortado con sus tres medialunas. Este fulano Enrique me había dejado bastante perplejo, no podía sacarme su perorata de la cabeza, pero de una cosa sí estaba seguro, iba a quedarme allí hasta terminarme el último sorbo de café y hasta comerme la última migaja de mi medialuna. Porque ¿quién sabe?, a veces los más mínimos detalles influyen en las cosas más grandes, y quizá, sólo quizá, una medialuna puede cambiar el mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario