lunes, 3 de agosto de 2015

LA CIUDAD DE LOS CIEGOS

Hoy es uno de esos días grises. A veces no hace falta más que una palabra para describir algo. Hoy, el día es gris. Un color lo dice todo: Gris. Sin Sol. Sin vida. Sin esperanza.
La gente camina como zombis sin mirar a nada ni a nadie. En sus cabezas priman pensamientos tan primordiales como llegar temprano al trabajo, no perder el bus o no permitir que otro tome el taxi antes que ellos. Me detengo entonces a ver las palomas en la plaza, la que es su plaza por derecho. La gente ni repara en ellas, las pisarían sino se apartaran de su camino. No se detienen ni por un segundo a observar su gracioso modo de andar o su maravillosa forma de volar, solo pasan entre ellas sin darles importancia. Un viejo le arroja miguitas a un grupo con una sonrisa olvidada en su rostro. Contemplo largamente la escena antes de reanudar mi marcha. Comprendo que los humanos no se dan el tiempo para disfrutar de las cosas hasta que no no pueden hacer más que eso: detenerse y mirar...  En realidad no tendría que sorprenderme, todo en esta mundo está diseñado para que resulte de ese modo. Paga ahora, disfruta después. Desperdicia los mejores años de tu existencia, segundos antes  de morir tendrás tiempo de ver el sol brillar y sabrás de qué  se trataba la vida.
Camino un par de cuadras más en medio del mismo panorama  sombrío hasta llegar a mi destino. Subo a un tren al azar y  me quedo esperando que se mueva y nos lleve a alguna parte. La locomotora al fin se pone en marcha. Respiro hondo y me dispongo a enfrentar una vez más a esa turba de seres hundidos en sus pesares particulares, tomo mi bolso y hablo:
- Buenos días tengan ustedes señoras y señores hoy les  vengo a ofrecer directo de la fábrica al público un artículo que nunca está de más en ningún hogar, se trata de un
adaptador de .... (sigo con mi discurso automático sin necesidad siquiera de pensar en lo que digo, lo he repetido como un disco rayado una y otra vez. Miro sus caras mientras
hablo, las estudio..., nadie me oye en realidad, podría estar diciendo cualquier cosa en este momento que nadie lo notaría) ... el mismo se está abonando en casas de electricidad y
ferreterías a un valor de...  (están todos tan abstraídos, tan distantes, que si explotara una bomba aquí mismo estoy seguro que no todos se percatarían)... el mismo se presenta en tres colores blanco gris y negro, como la mayoría de sus almas... (!Dios! ¿qué he dicho? enmudezco instintivamente y los miro: Las mismas caras impasibles de antes, nadie a notado mi comentario. ¿Casualidad?, no lo sé, pero decido abandonar el vagón antes de averiguarlo. Paso al siguiente y observo a mi público: Un par de señoras ensalzadas en su conversación sobre los aumentos en la canasta familiar, un anciano que duerme en un asiento del rincón, un muchacho que no puede dejar de mirar por la ventanilla, una pareja que ni se mira, perdidos en sus celulares, unos aprendices de ejecutivos con sus narices rayando el periódico y algunos otros, indignos de mencionar. Sin atreverme siquiera a pensar en lo que estoy por hacer digo en voz más que alta:
- Buenos días tengan todos ustedes estiércol selecto de nuestra sociedad... (y sin hacer siquiera una pausa continúo con lo demás, barriendo a todos con la mirada. Nadie se altera ni inmuta. Prosigo con mi discurso alternando de vez en cuando un insulto o alguna idiotez que se me ocurre en el momento y todo provoca el mismo resultado: Nada. Nada es capaz de hacer que alguien escuche. Nada es capaz de hacerlos salir de su abstracción).
Terminada la tarde regreso a mi hogar y reviso mis cuentas. No sé por qué, pero no me sorprende ver que todo es como siempre. No he vendido ni más ni menos que antes. 
Pero ahora sí puedo transmitir algo, puedo mirarlos a la cara y decirles: !Hey, despiértense, todo no es el dinero, todo no es llegar a tiempo al trabajo. La vida no se trata de cerrar el trato!  La vida es la flor, el amor, el hijo. La vida es respirar y sentir el aire entrando en los pulmones. ¡Dios nos puso aquí para gozar del Edén, no para aprender a contar dinero! Puedo decírselos, sé que nadie me escucha, pero al fin puedo decírselos.
Esa noche duermo muy bien.    
Al día siguiente no puedo esperar para seguir hurgando en las posibilidades que presenta mi nueva forma de comunicarme con los demás. Subo al tren y sin más escupo:
- Buenos días señores, veo que hoy como todos los días de su vida están con sus caras de infelices y deseando ser alguien más. Bien, lo que yo tengo para ofrecerles no tiene nada que ver con eso, pero tampoco los va a hacer peores personas. Es esto. Pero se que no les interesa, así que se lo dejo acá a este ser que tengo al costado (pongo mi bolso en el piso y deposito suavemente el adaptador eléctrico a una señora en su falda, obviamente ésta ni siquiera se fija en mi, luego continúo). No se preguntan por qué hacen esto, ¿por qué regalan cada día de sus vidas como si fuese eterna? Como si mañana fuese a ser igual a hoy y ese ciclo jamás terminase. ¿No se dan cuenta que una sola vez en su vida van a tener esta edad? Esta situación es irrepetible, el mañana no existe, solo el hoy. Lo que no se disfruta hoy no se puede disfrutar de igual modo mañana. No es lo mismo, nunca es lo mismo. Un joven dándole miguitas de pan a las palomas en la plaza hoy, no es lo mismo que un viejo mañana. No lo disfruta igual, no hay que esperar a serlo para permitirse descansar....
Sigo varias semanas con esto, las ventas siguen permitiéndome vivir, ya ni siquiera muestro ni hablo del producto. Solo los que van a comprar compran. Siempre hay un número determinado de personas que van a adquirir mi producto, no importa si yo hablo o no de él. Cuando entro a un vagón hay gente que tiene el impulso de comprar lo que fuese que yo este vendiendo y otra que no. Así de fácil funciona. Mientras, yo me dedico a hablar de lo que pienso de ellos y de la vida que llevan, y aunque se que nadie me escucha ni pretende hacerlo, siento que pongo mi granito de arena a la desinfección de una inmensa plaga.
Hasta el día en que la veo, o en que ella me ve a mi. Esta allí, sentada frente a mi, ocultando su sonrisa cómplice bajo su bufanda, mirándome directamente a los ojos. Yo estoy hostigando en especial a un gordo de traje que no puede parar de hacer cuentas y de escribir mails desde su notebook, pero me distrae la mirada dulce y transparente de esa joven, la única que me esta mirando. Sigo avanzando por el vagón tratando de evadir su mirada, ya me he acostumbrado a que nadie me escuche y ahora estoy cayendo en la cuenta de que si los pasajeros realmente se percatasen lo que yo les digo, me tirarían por la ventana directo a las vías. Al pasar por su lado siento una electricidad que me invade todo el cuerpo, entonces me habla:
-¿Qué es lo qué vendés?
Al decirlo descubre su boca y deja ver una sonrisa como jamás he visto. Y sus ojos miran a los míos sin vueltas, son directos y transparentes. Me habla, me pregunta algo y solo espera que yo le de una respuesta. No haya nadie más que nosotros dos en ese momento.
            -Adaptadores... -digo torpemente, hacía mucho que nadie me preguntaba qué vendía, simplemente alzaban la mano, sacaban el dinero y se guardaban lo que yo les diese sin mirarlo. Ya casi ni llevaba adaptadores en mi bolso, ya no les daba aquello, a veces les entregaba una flor, alguna fotografía, pequeñas cajitas musicales, escrituras, poemas. Algo que pudiese contribuir a alegrar sus vidas.
            Creo que vos no querés adaptarte. -Mira de reojo mi bolso y sonríe al ver lo que tengo en su interior.- ¿Cuándo te diste cuenta?
            -¿De que ellos no escuchan?... –digo en un susurro- Hace unos meses, pero creo que siempre lo supe.
            -Como sabías que un día habría alguien que sí lo hiciese.
            -Alguien a quien quisiera haber conocido y que aun puedo conocer- digo con el corazón retumbando más que mi propia voz.    
            Se para, nos tomamos de las manos y bajamos en la primer estación. Caminamos instintivamente hacia una plaza y nos sentamos en un banco. Uno frente al otro, charlamos con la mirada durante horas, luego caricias, luego comprensión y perdón. Hablamos de las cosas más simples de la vida y entendemos enseguida que estamos enamorados, predestinados, condenados a estar juntos por siempre. Nunca nos preguntamos nuestros nombres, no hace falta, yo la llamo Dulce y ella me nombra Sincero, no hace falta más. Nos ponemos en pie y vamos caminando juntos bajo la luz de ese sol que empieza a ocultarse, sintiendo que nuestra dicha no podía ser mayor.  Nos hemos encontrado al fin, y la gente sigue caminando a nuestro lado cual si fuésemos palomas, pensando en cómo llegar más rápido a la oficina, cómo ganar más dinero y cómo comprar el auto de sus sueños, convencidos de que así alcanzarán la felicidad. La que ahora encontramos nosotros cuando, en un abrazo eterno, nos desvanecemos y escapamos para siempre de aquella ciudad que poco a poco se va poniendo más y más gris. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario